Cómo imaginamos la escuela que viene

¿Cómo imaginamos la escuela que viene? ¿Cuál será su sentido y qué lugar ocuparán en ella las tecnologías? En este tiempo de incertidumbre y desazón, muchos docentes tenemos, sin embargo, la certeza de estar frente a una oportunidad única para repensar la escuela que queremos, para discutir y diseñar juntos el futuro de la educación.  

 

La pandemia puso al descubierto las grietas profundas de nuestras sociedades. En el campo educativo en particular, hizo visibles las enormes desigualdades en el acceso a las tecnologías (dispositivos y conectividad) que impidieron a miles de estudiantes sostener la continuidad frente al distanciamiento social. También puso en evidencia el agotamiento del paradigma educativo vigente, del modelo pedagógico transmisivo y enciclopédico, del pensamiento pobre e inerte, de la evaluación que jerarquiza y excluye. 

 

Al mismo tiempo, la pandemia trajo movimiento, acción y nuevos aprendizajes. Aprendimos que las escuelas pueden innovar, moverse hacia otro lugar cuando el contexto lo exige; y que las tecnologías digitales pueden ser aliadas formidables para la comunicación, la gestión del trabajo, la colaboración y, sobre todo, para sostener el vínculo y la proximidad afectiva con los estudiantes y sus familias. Aprendimos que podemos y necesitamos pensar con otros; que la colaboración y el trabajo en red es posible, deseable y valioso; que podemos dialogar con los colegas “de pedagogía”, de nuevas y mejores estrategias, de los experimentos que salieron bien y los que salieron mal, de proyectos compartidos. Aprendimos, en fin, que la escuela es imprescindible, no solo para la transmisión de la cultura y el desarrollo de la sociedad, sino para la socialización de las nuevas generaciones, la construcción de vínculos y la protección de nuestros niños y adolescentes.

 

La escuela que viene es la que estamos construyendo hoy. Será la misma, si nada cambia y no sacamos provecho de los aprendizajes de este tiempo. Será peor si el miedo a los efectos del confinamiento nos conduce a un individualismo aún más exacerbado y nos resignamos a la exclusión en vez de promover una cultura del cuidado y la solidaridad.

 

Pero prefiero pensar que la escuela -o las escuelas en su diversidad- pueden ser motores de cambio que hagan de esta crisis una oportunidad. Ello implica, en primer lugar, trabajar desde las políticas y las aulas para fortalecer la educación pública y asegurar el acceso, la permanencia y la promoción de todos los niños y adolescentes, especialmente de aquellos cuyos derechos son vulnerados. Parte de ese esfuerzo será garantizar a todos conectividad y dispositivos digitales de manera que sea posible la enseñanza híbrida o combinada que exigirá la continuidad educativa en los próximos meses.

 

Pero esto no alcanza. Pensar una nueva escuela implica, en mi opinión, avanzar en un rediseño institucional de mediano plazo, en el que junto a directivos y colectivos docentes movilizados y dispuestos a trabajar en red hagamos real el cambio que hasta aquí solo tiene lugar en el discurso, un cambio que vaya en dos direcciones: del sistema a las aulas y de las aulas al sistema. El cambio que imagino tiene que ver con la posibilidad de generar proyectos de enseñanza desafiantes y propuestas experimentales que reconozcan las tendencias culturales del presente y en los que las tecnologías digitales puedan expresar todo su potencial; proyectos de aprendizaje centrados en la comunidad y en los problemas de nuestro tiempo, que den protagonismo a los estudiantes y hagan de las aulas una escuela de ciudadanía. Por esta vía entiendo que será posible también resignificar los contenidos de la enseñanza, promoviendo de manera concreta el desarrollo de habilidades fundamentales como la colaboración, la comunicación, la empatía, la creatividad; e imaginar otras formas de evaluación de los aprendizajes escolares.

 

Alguien dijo que en estos días de pandemia las escuelas lograron “sincronizarse con el pulso del mundo”, en referencia a la incorporación acelerada de las tecnologías digitales. Necesitamos que esa sincronización sea aún más profunda, de modo de que la escuela pueda reconocer otros rasgos de las sociedades contemporáneas -la desigualdad creciente, la complejidad, la diversidad, la vertiginosidad del cambio- y construir desde allí un espacio protegido que sensibilice y empodere a los sujetos, que ofrezca herramientas para transformar la sociedad y que haga de la escuela un lugar en el que todos queramos estar.

Angeles Soletic

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